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Tras unos días
en San Petersburgo, partimos en un lóbrego tren
nocturno hacia Moscú.
Los compartimientos eran minúsculos, conteniendo
cuatro literas en las que dificilmente se manejaban dos personas, y predominando un color "vino"
que se extendía desde las cortinas a la moqueta.
Lo único
destacable del lugar y que le aportaba un toque
"kitsch" eran unos periódicos
colocados en escrupuloso orden, bajo un jarrón
de flores de plástico.
El pasillo era todavía más angosto,
máxime, cuando lo recorría una revisora
de enormes proporciones, la miraras por donde la
miraras...
En ningún
momento, me atreví
a disparar foto alguna... Quién
sabe que podía
haber pasado si hubiera iluminado el flash
en ese pasillo tan oscuro y acercándose de
frente.
A la llegada a la estación y tras desaparecer más
rublos de los bolsos de varios compartimentos,
llegamos ojerosos a Moscú, en un amanecer tan agotador
como bello para nuestros ojos.
Desde el autobús, con las primeras luces,
se comenzaban a divisar los edificios estalinistas
de la ciudad. Uno de ellos, concretamente el hotel
Ucrania, tenía
una luz amarilla espectacular y la vista desde nuestro
hotel, ubicado justo en frente (al otro lado del
río
Moskova), no defraudó a nadie.
Éste,
además de tener sus vistas hacia el
exterior, también las tenía hacia
el interior.
Cada noche, hacían su aparición las famosas "gladiadoras",
ubicadas en un apartado del hall del hotel, desfilando
en subidas y bajadas por los lujosos
ascensores, en busca de los clientes que previamente
concertaban cita, al menos para negociar precio,
pues muchas bajaban al instante, supongo que por desacuerdo en la tarifa.
En contrapunto a las gladiadoras, también
me llamó la atención,
la cantidad de bodas que se celebran en agosto en Moscú.
Todos los novios suben a hacerse las fotos de rigor,
al Mirador de los Gorriones, ubicado en una colina
de la capital. Allí se
funden novios con palomas en las manos, brindis
con champán (o bebidas similares), junto
con familiares y fotógrafos que buscan cualquier
hueco en la barandilla del mirador.
Si
los canales y espacios de San Petersburgo son enormes,
las calles y plazas de Moscú, tampoco dejan
indiferente a nadie.
Si la visita a al Kremlin y sus murallas es espectacular, la primera visión de la Plaza
Roja para mí se lleva la palma. por mucho que se haya visto en imágenes. Es espectacular y las fotos, en esta ocasión,
no reflejan la atmósfera ni
las sensaciones de historia que se respiran en ella.
Tuve la suerte de verla con sol, en momentos previos
a una tormenta y lloviendo a mares durante la misma.
Sinceramente, me gustó mucho más con
la tormenta.
Lástima no haberla visto nevada.
Florencio
Sánchez
7 de diciembre 2004
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