No somos tan ingenuos
para creer en una paz eterna y universal, pero si
los seres humanos hemos sido capaces de crear, a lo largo de la historia,
bellezas y maravillas que a todos nos dignifican y
engrandecen, entonces es
tiempo de meter mano a la más maravillosa y hermosa de todas las tareas:
la incesante contrucción de la paz.Pero que esa paz sea la paz de
la
dignidad y del respeto humano, no la paz de una sumisión y de una
humillación que demasiadas veces vienen disfrazadas bajo la mascarilla
de
una falsa amistad protectora.
Ya es hora de que las
razones de la fuerza dejen de prevalecer sobre la
fuerza de la razón. Ya es hora de que el espíritu
positivo de la humanidad
que somos se dedique, de una vez, a sanar las innúmeras
miserias del
mundo. Esa es su vocación y su promesa, no la
de pactar con supuestos o
auténticos "ejes del mal".
Amenamente estaban Bush,
Blair y Aznar charlando sobre lo divino y sobre
lo deshumano, seguros y tranquilos en su papel de poderosos hechiceros,
expertos en trucos de trilero y conocedores de eméritos de todas las
trampas de la propaganda engañosa y de la falsedad sistemática,
cuando
en el despacho oval donde se encontraban reunidos irrumpió la terrible
noticia de que los Estados Unidos de América del Norte habían
dejado de
ser la única gran potencia mundial. Antes de que Bush pudiera asestar
el
primer puñetazo en la mesa, vuestro presidente José María
Aznar se dio
prisa en declarar que esa nueva gran potencia no era España. "Te lo
juro,
George", dijo. "Mi Reino Unido tampoco", añadió rápidamente
Blair para
cortar la naciente suspicacia de Bush. "Si no eres tú y tú no
eres, ¿quién es
entonces?", preguntó Bush. Fue Colin Powell, mal creyendo él
mismo en lo
que estaba pronunciando su propia boca, quien dijo "La opinión pública,
señor presidente".
Ya
habéis comprendido
que esta historieta es un simple invento mío.
Os pido
por tanto que no le deis importancia. Pero sí la
tiene que lo que ya es una
evidencia para todos, la más exaltadora y feliz
evidencia de estos
conturbados tiempos: los hechizeros de Bush, Blair y Aznar, sin quererlo,
sin proponérselo, nada más que por sus
malas artes y peores intenciones,
han hecho surgir, espontáneo e incontenible, un gigantesco, un inmenso
movimiento de opinión pública.
Un
nuevo grito de "No
pasarán", con las palabras "No a la guerra",
recorre
el mundo. No hay ninguna exageración en decir
que la opinión
pública
mundial contra la guerra se ha convertido en una potencia con la cual el
poder tiene que contar. Nos enfrentamos deliberadamente a los que quieren
la guerra, les decimos "NO", y si aún así siguen empecinados
en su
demencial afán y desencadenan una vez más los caballos del
apocalipsis,
entonces les avisamos desde aquí que esta manifestación no
es la última,
que continuaremos las protestas durante todo el tiempo que dure la guerra,
e incluso más allá, porque a partir de hoy ya no se tratará simplemente
de
decir "No a la guerra", se tratará de luchar todos los días
y en todas las
instancias para que la paz sea una realidad, para que la paz deje de ser
manipulada como un elemento de chantaje emocional y sentimental con que
se pretende justificar guerras.
Sin
paz, sin una paz auténtica,
justa y respetuosa, no habrá derechos
humanos. Y sin derechos humanos -todos ellos, uno por uno- la democracia
nunca será más que un sarcasmo, una ofensa a la razón,
una tomadura de
pelo. Los que estamos aquí somos una parte de la nueva potencia mundial.
Asumimos nuestras responsabilidades. Vamos a luchar con el corazón
y el
cerebro, con la voluntad y la ilusión.
Sabemos que los seres humanos
somos capaces de lo mejor y de lo peor.
Ellos (no necesito ahora
decir sus nombres) han elegido lo peor. Nosotros
hemos elegido lo mejor.